Marilina Bertoldi en el Malvinas Argentinas
Voy a ver si se me pasa el dolor cantando un buen rocanrol
Un estadio lleno y un show impactante en la presentación en vivo de Para quien trabajas Vol.1.
11.11.2025
Escrito por
María Zentner

Suena “Monstruos” y Marilina hace lip-sync de su propia canción. La boca con la mueca inquietante que le deja el labial corrido: el degradé desprolijo de rojo intenso a rosado y piel. La peluca rubia de brushing y laca, el peinado perfecto. Antes de dar la espalda y que todo se tiña de un negro azulado, la voz susurra “el monstruo sos vos”, y entonces Bertoldi hace mutis por el foro mientras se escucha a su sobrinito Milo despedirse: “Para que no te preocupes, tranquila que ya estoy bien, ya me siento bien. Espero que la estés pasando muy bien. Te mando un beso y un abrazo muy grande, chau”. Chau. La presentación en vivo de Para quien trabajas Vol. 1 en Buenos Aires se va retirando de a poco, se desvanece, como el humo del escenario.

Hace tiempo que Marilina Bertoldi viene perfeccionando eso de draguearse para los shows. Contar historias dentro de las historias de los discos, dentro de las historias de las canciones. Como si su obra estuviera hecha de Legos: ordena y desordena narrativas para siempre ofrecer algo nuevo. Alguna vez mató al rock y alguna otra vez lo revivió. Se vistió de Selena, le puso el cuerpo a una ejecutiva de empresa. La fantasía es el motor de su performance, que no por eso deja de ser 100% rockera. Maquillaje, tacones, pelucas, vestuario extravagante en su interpretación personal del glam.

Una villana, la reina malvada de un cuento de hadas, un personaje maléfico y a la vez entrañable: déspota, caprichosa, sin poder real. Una zombie de videoclip de los ochenta. Una reportera de chimentos. Madonna en esteroides. Marilina es como los tres mosqueteros: todas para una y una para todas. Cantante, guitar hero, performer, música, poeta, activista. Facetas que se pliegan y se multiplican. Es tan rockera en su sonido como plástica en su propuesta: elástica, con matices, con estrépito. Y esa electricidad que se expande cada vez que pone un pie en el escenario. Porque tiene ese poder: el de volverlo todo troquelado, crocante, con la tensión y la fragilidad de un hielo que empieza a resquebrajarse pero todavía sostiene a un ejército. Es hipnótica y expulsiva a la vez. Está muy enojada, no tiene resto. La mirada lacerante de furia y el humor en la comisura de los labios, porque está todo ahí: contradictorio y bello.

En la escucha para la prensa de Para quien trabajas, contó que había recurrido al humor para poder hablar de un momento del país (y del mundo) que le resultaba muy difícil de transitar. Ese recorrido por laterales es lo que inspiró esta etapa de su producción. Una búsqueda poética de hablar de las cosas sin decirlas. O diciéndolas de otra manera. La elección de esta versión glamrocker de la Reina de Corazones de Alicia en el País de las Maravillas va en ese sentido: un jugueteo con realidad que se disuelve en la ficción. Porque la realidad que vivimos es cada vez más inimaginable. Marilina se planta frente al público con ese pelucón rojo, las calzas rayadas blancas y negras, pezoneras de corazones y maquillaje exageradísimo para dar su versión de los hechos a través de casi 30 canciones de su repertorio. En ese camino, va transformándose una y otra vez, sin jamás mostrar del todo su verdadero yo. Quizás porque todas estas máscaras tienen algo de ella.

Rock pesado, rock de sintetizadores, de guitarras funkeadas, de guitarras rasgadas. Baladas de amor y dolor y desesperación. Amores que se van, historias que terminan, encuentros que se fracturan. La vida que pasa. El mundo que atormenta.

Durante más de dos horas de show, repasó toda su discografía en un setlist que ordenó en bloques, por intensidad. El primero, dedicado al disco nuevo y esa energía de beats acelerados y atmósferas sintetizadas, que incluyó una versión de “Me vuelvo cada día más loca”, el clásico de Celeste Carballo.

Tras un inconveniente con el sonido en “La cena”, siguió el apartado hard-funk del recital, con “Pucho” y “Sushi en lata”, de Mojigata. A esta altura, la bata colorada ya había volado y en su lugar se colocó un miriñaque futurista para convertirse en una reina princesa queer sin tiempo y sin edad en “Amuleto”. “Por siempre es un lugar” coronó el momento de más íntima intensidad con el escenario completamente a oscuras y ella sentada en el proscenio, iluminada solamente por un haz de luz cenital.

“No aprovechen este momento, ¡hay una persona en problemas! Ahí van los bañeros al rescate –bromeó visiblemente incómoda mientras esperaba que atendieran a unas personas descompuestas entre el público–. Pasa que estoy tan linda... Yo le dije a mi equipo. ‘No quiero estar tan linda’. Pero bueno, esto es lo más fea que podía estar”. Había comenzado “Remís” y la paró cuando vio que algo ocurría entre la multitud. Y durante esos minutos, que parecieron infinitos, se pudo ver el modo en que el personaje peleaba con la Marilina real. Ella ahí, en su disfraz, teniendo que sostener el artificio a pesar del rayo de realidad que se coló sin aviso.

El sonido sintético de un acorde arpegiado que recordaba las canciones de series de ciencia ficción se fue volviendo familiar. El escenario se tiñó de rojo y Marilina volvió, esta vez con un body de cuero negro y enormes hombreras. “De caza” y su evocación de “Thriller”, de Michael Jackson –coreografía incluida–, dio comienzo al segundo segmento dedicado al último disco y su instrumentación ochentosa. “¡¡Cierren el orto!!” gritó desde el suelo en “El Gordo”, quizás en el momento más alto de delirio compartido con el público.

La vuelta al espíritu rockero más furibundo se dio con la seguidilla de hitazos de Prender un fuego: “O no?”, “La casa de A”, “Prender un fuego” y “Correte”.

Cayeron los telones de terciopelo que forraban el fondo del escenario, pesados y brillantes, como si fueran una trasposición del rock de Marilina al género textil. Un segundo de estruendo que dejó al desnudo la estructura de caños metálicos y la explosión de ella entrando nuevamente a escena, esta vez dragueada de periodista de chimentos, para “Sexo con modelos” y coronar una noche de rock pesadísimo con “Cosas dulces”.

En los bises, la spoken word punzante de “Amanecen ocasos” dejó el escenario latiendo para el gran final con “MDMA”: “Vivo estando loca y ya no pega más”, cantó la Bertoldi en un trance que la abandonó en el suelo, el escote desnudo, las hombreras torcidas, los tacos en el aire. Y el ardor de una noche de furia y fantasía, un recordatorio y una advertencia: el monstruo sos vos.

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