Ir a Blog
Cazzu en el Movistar Arena
Un malevaje extrañao
La Jefa del Trap presentó Latinaje en tres shows de impronta teatral donde desplegó toda su artillería de música popular.
18.9.2025
Escrito por
María Zentner
Foto: @vickydragonetti

Se desprende el único botón a la altura del esternón y el vestido se transforma en una bata que le cuelga de los hombros y deja totalmente al descubierto el conjunto de culotte y corpiño. La piel del vientre, intervenida con tatuajes. “Vamos a recordar que yo soy la fucking jefa del trap que supo hacer sus buenos perreos”, amenaza Cazzu desde el centro del escenario. Aferrada al pie del mic, las piernas largas, larguísimas, se juntan en el ángulo de la cadera quebrada, con esa actitud tan arrogante. Son los últimos temas de un set ajustadísimo y la cantante comienza a saborear el final del show que es, también, el de la serie de tres presentaciones seguidas en el Movistar Arena que tendrán una coda el 1° de noviembre. Se puede ver, se siente, cómo los músculos se le van aflojando, sin perder tensión ni concentración, pero hay algo que se distiende en la atmósfera. Empieza “Peli-Culeo”.

Lo de recordar sus credenciales como fundadora del movimiento trap del país no es casual ni arbitrario. Más bien, bastante necesario. ¿Qué significa esto? Digamos que si un curioso justo pasaba por la puerta del estadio de Villa Crespo, decidía entrar sin conocer a la artista que se presentaba y se exponía a este espectáculo, nada podría haberle dado la pista más remota de que se trataba, justamente, de la Jefa del Trap. Nada. Una puesta imponente en su sobriedad. Una banda que incluyó dos sets de percusión, batería, sección de vientos y de cuerdas. Nada parecido a un beat de computadora. ¿Autotune? ¿Eso con qué se come? El señalamiento fue en ese sentido: soy ésta, pero ésta contiene a todas las que fui (y voy a ser).

Cuando Cazzu lanzó Latinaje en abril de este año, algo de todo esto que finalmente se desplegó en su presentación podía intuirse. Latinaje es ocre, orgánico, con un brillo polvoriento. Un homenaje a los ritmos folclóricos y las músicas latinoamericanas, en el que la artista se desdobla en todas sus facetas de cantante popular. Mientras muchos traperos de su generación –y algunos incluso más jóvenes– buscaron el camino de la legitimación en sonoridades y actitudes vinculadas al rock, Cazzu eligió un recorrido que lleva el pulso caliente de la Tierra. La puesta en vivo de este disco no iba separarse demasiado de su impronta original. Así que allí fue la jujeña: a una inmersión total en el ardor atemporal que emanan sus canciones. El peligro que corría, y que pareciera no haber podido sortear del todo, fue el de caer en el terreno de la solemnidad. Y eso se notó especialmente en la primera parte del espectáculo, definida por una puesta teatral que tuvo como objetivo apuntalar este viraje.

Una mesita cubierta por un mantel de plástico. Una silla. La pared sin revoque. La iluminación blanco y negro. Y una mujer que arremete contra el silencio, capella antes de que se sume el bandoneón, con “Ódiame”, ese tango que envuelve un cumbión y que ella canta con el desgarro del corazón hecho trizas. Un arreglo melancólico que se sube al pizzicato del violín le da dramatismo a “Sobre mi tumba”, justo antes de que el aire se llene del ritmo de 6x8 con “Me tocó perder”.

Foto: @vickydragonetti

El primer acto de esta pequeña obra de teatro se cierra con “Piénsame”, en una versión tan dulce, apoyada en la guitarra acústica y las cuerdas. La banda todavía en penumbra. Cazzu hace mutis por el foro mientras el violín toca los últimos compases e invade la soledad de la habitación. Son cuatro canciones que sirven para sentar las bases de lo que será un show en el que la evocación del pasado se multiplica en la escenografía, el vestuario y la orquestación. Donde la estética-trap-de-videojuegos fue reemplazada por la caja teatral.

Esa muchacha humilde que lloraba sus penas en un patio ahora es una mujer que fatiga salones que destilan el picor del arrabal. Enfundada en un vestido rojo, tajazo hasta la ingle y transparencias, toma un whisky sentada a la mesa. De un perchero cuelgan dos boas de plumas. El blanco y negro se transforma en color ardiente que transpira sazón en “Mala suerte”. Se suma Elena Rose a la mesa para encarar enfrentadas el bolero “Engreída”: “Yo ya sé, no sabes nada de la calle/Y mucho menos del amor/Y es que el amor y la calle se parecen/Porque hay códigos en los dos”, cantan mientras caminan juntas hacia el proscenio, erguidas como dos columnas, dos bastiones.

Y entonces llega “Dolce”, ese corrido mexicano que parece robado del repertorio de Mon Laferte, e, inmediatamente, las sorpresivas “Jefa/Nena Trampa”, “Mucha data” y “Brinca” con arreglos mucho más cercanos al funk porteño de Rafa Arcaute que a la producciones de beats ásperos y metálicos originales. Y es aquí donde quizás las decisiones estéticas lo vuelven todo un poco más acartonado (a pesar de la intención sensusexual que exuda). Está claro que Cazzu puede hacer cualquier cosa que se proponga. Este espectáculo da cuenta de ello. Pero quizás fue ese afán de demostrar algo que no necesita ser demostrado lo que la llevó a sumergirse en las espesas aguas del prestigio. Un prestigio que pareciera querer depositar en un lugar más allá de su versatilidad y contundencia como intérprete: la banda, la puesta, la narrativa, los bailarines. Y en realidad lo que ocurre –y que va a quedar claro de toda claridad en el tercio final del espectáculo– es que ella y su presencia y su voz son suficientes.

La seguidilla hot “Miedo”, “Toda” y “Loca” (esa “Loca” que la impulsó a la fama en la época de surgimiento del trap nacional, ahora es casi irreconocible en su disfraz soul) con sus coreografías quenchi sobregiradas que por momentos bordean los límites del buen gusto, se estiliza en las enormes pantallas irregulares, con una puesta de cámaras que deconstruye la imagen y la reproduce desde diferentes ángulos y distancias.

La rumbita flamenca “Ahora” deja el tablado con temperatura suficiente para el gran desenlace de esta historia de compadritos, malevos y bataclanas con “Que disparen” y los cuatro bailarines en sus personajes gangsteriles –Tanito, Palito, Cuervo y Cicerón–, trenzados en una riña que termina a los tiros. En la pantalla central, con tipografía como la de las películas del comienzo del cine nacional, se lee “Fin”.

Foto: @vickydragonetti

En esta primera parte del show conviven el homenaje y una cierta… pedagogía que se advierten ya desde la música elegida para la previa, con la intención de mostrar referencias e inspiraciones del pasado. Cumbias tradicionales colombianas, tangos y hasta la versión de Chavela Vargas de “No soy de aquí ni soy de allá” suenan mientras miles de chicas ataviadas con el merch oficial de la gira se van acomodando en sus butacas. Un contraste arrebatador.

“Quiero presentarles a la persona que hace realidad todas mis ideas”, la voz de Cazzu llega como un pensamiento, desde en un lugar a oscuras al que todavía no llegó la luz del seguidor. A su lado, el productor Nico Cotton juguetea con la acústica que usará para acompañarla en “La cueva”. Los dos comparten el centro del escenario, rodeados de un breve jardín de plantas silvestres. “Inti”, el tema que le escribió a su hijita y le dedicó “a todas las mamás y los papás”, cristaliza la sensación de intimidad uterina.

Foto: Prensa

“En mi último disco grabé una canción de Facundo Cabral que tiene un mensaje tan lindo que me pareció bueno compartirlo”, anuncia antes de comenzar “Pobrecito mi patrón”. "Solamente lo barato se compra con el dinero", entona para luego reforzar dirigiéndose al público: "Estos momentos no se compran. El amor no se compra. No se pierdan en superficialidades". Entonces llega “Copla”. Su voz y la caja. Nada más. Menos de un minuto: lo que dura la eternidad de lo ancestral. El carnavalito “Viva Jujuy”, popularizado por Mercedes Sosa y Los Chalchaleros, cierra el bloque norteño. Siempre se lleva el hogar en algún lugar del corazón.

Foto: Prensa

La andanada final que desemboca en “Con otra” y el bis culiadazo “Menú de degustación” encuentra a una Cazzu ya totalmente en su salsa, sin artificios ni disfraces, pícara, divertida, charlando con la audiencia, delirando a las plateas porque qué ondas que nadie baila. La sonrisa brillando en las esquinas de los ojos, la satisfacción de saber que su plan fue llevado a cabo al dedillo. Sus decisiones. Sus aciertos y sus puntos más flojos. Pero de ella. (Ya lo dijo en “Nena Trampa”: “Uso mi experiencia en cada canción/No le tengo miedo a la equivocación/Porque mejor que callarse es pedir perdón”). Empoderada en su vulnerabilidad. Llena de matices. Con una proyección que hace preguntarse qué seguirá después de esto. Porque en la ambición de este show se vislumbra una artista con ideas y convicciones. Con un talento que no necesita credenciales ni legitimaciones.

SUMÁ TU SHOW