El 28 de marzo de 1936 nacía Mario Vargas Llosa. En el de 1941, Virginia Woolf llenaba los bolsillos de piedras y se entregaba al río Ouse. En 1973 Led Zeppelin lanzaba Houses of the Holy. El 28 de marzo de 1986 nacía Lady Gaga; en el de 1994, Pink Floyd editaba The Division Bell.
Las fechas se superponen como un truco cósmico, una línea de tiempo caprichosa donde conviven íconos, naufragios y discos que marcaron a millones. En esa misma lógica azarosa, irónica –un poco absurda–, aparece Fonso y Las Paritarias, que el mismo día, pero en 2025, lanzaba su último disco como si quisiera meterse en esa cronología imposible a fuerza de canción.
No son una banda que espere permiso para ocupar un lugar: toman los restos del orden histórico, los sacuden, los ironizan, los reordenan y bailan encima de los escombros. Mientras el país vivía otro de esos años en que la realidad cruje, la banda parió su álbum homónimo en un retiro en el conurbano bonaerense. Una casa en Hudson, seis personas, noches largas, grabadoras encendidas, melodías nacidas entre chistes, discusiones y un tipo de fe que sólo tiene sentido dentro de una banda. Si no se puede enderezar el mundo, al menos se puede escribir una canción que lo soporte.
Presentaron el disco el 1° de Mayo en Niceto –ya un ritual propio–, giraron por el país, pasaron por el Music Wins, vivieron el calor del interior y el vértigo metropolitano y van a cerrar el año el 12 de diciembre de 2025 en el Konex, en un show que promete celebración, trinchera y baile: un espacio donde la música no salva, pero acompaña, sostiene, empuja. Y eso, acá y ahora, ya es muchísimo.
El grupo Fonso (Lucas Difonzo), Martín Luchina, Piter Mazda, Sebastián Puntillo, Octavio Majul y Elena Radiciotti funciona como un colectivo afectivo y humorístico antes que como una banda tradicional. Componen entre todos, discuten entre todos, se ríen entre todos. No hay iluminados: hay conversación.
Nos encontramos en la oficina de Indie Folks después de un ensayo para hablar del disco, del país, de la política que aparece incluso cuando no se la nombra, de la diversión como método de defensa y de esa manera tan argentina de avanzar de espaldas, sin ver el pozo pero saltando igual.
Piter Mazda: Fue hermoso. Llegamos, miramos alrededor y ya estaba lleno. Eso te acomoda el cuerpo. No era un escenario gigante, pero el horario fue un regalo: esa franja donde el público todavía está abierto a enamorarse de algo nuevo. Y con el río ahí. Una primera vez distinta.
Fonso: El tamaño del escenario no decide nada. Si la canción entra, entra. Si la energía está viva, ya está.
Octavio: Digamos que sí. La familia es parte del dispositivo performático de Fonso y Las Paritarias. A veces apoyo, a veces burla, a veces meme. Pero están. Y eso es un montón.
Octavio: Un chiste interno. Un nombre imposible. El verdadero problema fue otro: después de los primeros shows la gente gritaba “¡Fonso!” mirando a Elena. Había que ordenar eso. Elena tiró “Las Paritarias” y Tortu remató: “Las paritarias siempre van para arriba”. Y quedó. Un bautismo accidental pero certero.
Fonso: No las separamos. Si no nos divertimos, la canción no funciona; si no está bien hecha, tampoco. La seriedad es el laburo. La diversión es la ejecución. Son dos motores del mismo auto.
Piter: La política es inevitable. Está en cómo nos organizamos, cómo componemos, cómo sostenemos una banda en este país. No hablamos de consignas: hablamos de sobrevivir. Cada uno la vive a su manera, pero nadie la esquiva.
Fonso: Con ritmo. Humor. Melodías que entran antes que el concepto. No queremos sermonear. Preferimos que la pregunta quede resonando, sin subrayar la respuesta.
Piter: Para abrir ventanas. La literatura da tonos. No es para “mostrar cultura”: es para llevar la canción a un lugar más raro, más ambiguo. No nos importan los guiños, sino lo que habilitan.
Octavio: Intenso. Una casa fría, mate, zapadas, discusiones, un micrófono apuntando a todos lados. Al tercer día había cinco canciones. “Parlante Naranja” nació de mirar un parlante Orange y hacer un chiste. Algunas melodías aparecieron a las cuatro de la mañana. Caos hermoso.
Sebastián Puntillo: Hay un “sí” colectivo que aparece. Y un “eso ya está, soltalo”. Nadie puede enamorarse demasiado de lo propio. Si la banda no lo siente, no va. Y al revés: algo que parece chiste puede terminar en el disco.
Piter: El interior nos trata mejor que Buenos Aires. Más cuidado, más cariño, más empanadas. En Salta nos recibieron con 18 empanadas por cabeza. Eso es un abrazo cultural. Y encontrás tu gente en todos lados.
Octavio: Sí. En cada ciudad hay un núcleo de 10 o 20 personas que ya se sabe todo. Antes no pasaba. Es como ver crecer una planta en cámara rápida.
Piter: La identidad somos nosotros seis. Eso filtra todo. No pensamos en géneros: pensamos en canciones. Después vemos qué ropa les queda.
Fonso: Porque tiene verdad. Es luminoso sin negar la oscuridad. Tiene melodías simples que la gente puede cantar. No intenta convencer: intenta acompañar.
Octavio: Un ritual. Que la gente invente su propio pogo, su propio trencito. Comprobar si la realidad, cantada en grupo, duele un poco menos. Y creemos que sí.
Fonso: Canten con otros. Abracen el error. No se tomen demasiado en serio. Ríanse del poder. Hagan lo que puedan con lo que tienen. El resto es música.
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En un país acostumbrado al apagón emocional, Fonso y Las Paritarias hacen lo contrario: prenden luces, prenden cuerpos, prenden memoria.
No vienen a salvar al rock ni a proponer una nueva estética de época.
Y en el país del pogo más grande del mundo, intentar armar el trencito más grande del mundo, mientras en el disco conviven la voz de Ramiro de Pérez y el Mono de Kapanga, es una osadía descomunal.
Pero ellos lo hacen igual.